10 api. Estrategia vs ética
En ocasiones, ocurre que se leen cosas que te dejan pensando si merecen ser respondidas o hacer oídos sordos a palabras necias. En esta ocasión, he decidido que lo que he leído me motiva lo suficiente como para dar una réplica. Me refiero a un artículo titulado “Moción vs emoción”, firmado por Joxemari Olarra en Gara.
Muchos defienden que no es muy “canónico” dar respuesta en un medio a lo escrito en otro pero, como cualquiera que tenga interés puede –con solo teclear en internet- dar con el artículo que provoca este otro, me arrogo la prerrogativa.
Antes de hacer ninguna otra consideración, expreso mi reconocimiento a la autodefinición de Olarra al firmar su artículo: “militante de la izquierda abertzale”. Durante estos últimos años, he mantenido debates en diversos foros con miembros de EH Bildu que, para mi sorpresa, me han negado, no una sino bastantes veces, que hablaran en nombre de la izquierda abertzale; por eso, agradezco que alguien no tenga problema en reconocerse como tal. Estaba empezando a pensar que, nada menos que la izquierda abertzale, estaba pugnando por entrar en el catálogo vasco de especies en peligro de extinción.
El artículo de Olarra pretende realizar una defensa cerrada de los recibimientos públicos a presos de ETA que han quedado en libertad tras cumplir sus condenas. Si se hubiera limitado a expresar que los presos de ETA que han cumplido su condena tienen derecho a volver a sus casas y a rehacer sus vidas, yo no estaría escribiendo este artículo, porque pienso de manera similar. Si Olarra se hubiera limitado a decir que le parece adecuado que a los presos de ETA que han cumplido su condena se les organicen recibimientos públicos, quizás, habría pensado que es una posición políticamente poco inteligente, si lo que se pretende, de verdad, es dar salida a “un tema tan serio y delicado como la resolución integral de las consecuencias del conflicto político” –usando palabras del parlamentario de EH Bildu, Julen Arzuaga–. O, a lo mejor, habría pensado que hay cuestiones que, por un mínimo de respeto a lo que se ha sufrido en este país durante tantos años, sería mucho más adecuado gestionarlas con bastante más discreción y, sobre todo, con más humildad. O, quién sabe, puede que hubiera caído en la tentación de pensar que aquellos que más se empeñan en rendir homenajes estentóreos a quienes sí que han pringao años y años en la cárcel buscan justificarse por haber podido compatibilizar la causa con sus vidas, sus familias, sus trabajos y sus vacaciones, sin mayores problemas. Pero, en cualquier caso, tampoco me habría puesto a escribir.
Pero Olarra, en su artículo, ha ido mucho más allá. A raíz de una moción contra los recibimientos públicos que se ha tratado en algún que otro ayuntamiento, Olarra ha entrado a saco contra los concejales que la han apoyado y, especialmente, cómo no, contra el PNV: “demócratas de mierda”, “indigentes necios”, “ediles pusilánimes”, “panzudos gestores de la gobernanza” y similares, llegando al extremo de decir que “en los batzokis ya no queda casi nadie que pueda mirarse al espejo sin pasar vergüenza al compararse con los expresos vascos”. En fin, ¡si supieran Olarra y otros como él la de veces que los militantes abertzales de nuestros batzokis se han sentido aliviados y orgullosos de pertenecer a un PNV que acertó de pleno en su estrategia, ya en aquellos tiempos de Txiberta! No como otros, que han tardado cuarenta años en apostar “exclusivamente por vías políticas y democráticas”, y lo han hecho, no por convencimiento ético, sino por imperativo estratégico.
Lamentablemente, también es verdad que, a estas alturas, que un “militante de la izquierda abertzale” nos insulte, aunque sea de esta manera, tampoco merece demasiada atención. Pero el “militante de la izquierda abertzale” no se ha limitado al insulto. Olarra reivindica respeto a quienes “dispararon, hirieron y mataron por sus ideas y convicciones” en nombre de ETA, “tan dignos de respeto”, según él, como los gudaris que acudieron a los batzokis en el 36 para defender a Euzkadi contra los sublevados fascistas.
Olarra se atreve a escribir sin tapujos lo que otros muchos, desde esa izquierda abertzale medio camuflada en EH Bildu, llevan tiempo trabajando: una reescritura a conveniencia de la Historia de este Pueblo, que lave el desastre absoluto que supuso su apuesta errónea y trágica por la lucha armada, mantenida durante 50 años. Un nuevo “relato” que pretende legitimar lo que no ha sido más que el fracaso ético y político más estrepitoso.
Dicen que la capacidad de autojustificación del ser humano carece de límites y, probablemente, es cierto. De hecho, es posible que cuanto más grave sea lo cometido, más acuciante sea la necesidad de encontrar razones que lo justifiquen para aliviar la carga que ello supone. Y hasta parece probable que, en el tema que nos ocupa, esa búsqueda de la justificación sea colectiva. La cuestión radica en hasta qué punto la izquierda abertzale dispone de la habilidad necesaria para aprovechar la falta de memoria de parte de nuestro pueblo y el desconocimiento, desgraciadamente bastante generalizado, de nuestra Historia reciente.
El afán por la hegemonía partidista es legítimo pero no lo es cuando llega hasta el punto de tergiversar la realidad y manipular la conciencia colectiva. Y, seguramente, este ha sido el punto que me ha motivado, más que ningún otro, a escribir este artículo. Si solo fueran las salidas de tiesto de un tal Olarra… pero me temo que, últimamente, y con el argumento de recuperar la Memoria Histórica, hay quienes se están trabajando “su” propia memoria histórica, libro a libro, pueblo a pueblo, artículo a artículo. Y la historia se construye según se escribe; y la historia que no se escribe, se pierde.
No hay mejor manera de escribir la historia que acudir a las fuentes originarias, a esas que no admiten ser descontextualizadas y reinterpretadas. Por ejemplo, a un artículo que treinta y tres intelectuales vascos publicaron en Egin el 27 de mayo de 1980. Entre ellos, Jose Miguel Barandiaran, cuyo nombre usa en vano Joxemari Olarra a favor de su tesis, como si en los recibimientos cualquiera pudiera “reñir” al preso como, según él, hizo Aita Barandiaran “de modo entrañable” en Ataun.
El artículo, publicado en euskara con el título “Hogeita hamahiru intelektual burruka armatuaren kontra”, merece ser leído en su integridad, pero me limitaré a apuntar algunas de las ideas que defendía. Tras mencionar la preocupación que sentían los autores del artículo por “todas las clases de violencias” que se estaban produciendo en Euskadi en aquellos momentos –en referencia a la violencia policial y parapolicial española–, remarcaban el motivo que les impulsaba a escribir el artículo: “En este momento nos preocupa la violencia que ha nacido y está creciendo entre nosotros; porque solo esa nos puede convertir, en verdad, en verdugos crueles, en cómplices vergonzosos o en servidores leales.” (…) “Castigos como la exigencia de impuestos –en referencia al impuesto revolucionario–, las amenazas, los tiros infames a las piernas”. “Con respecto a esta última conducta, además, uno no sabe qué destacar más, si el mismo suceso o la palabrería con la que se acompaña el tiro”, abundaban.
Esa era la preocupación que expresaban los firmantes, ya en el lejano año 80. Desde entonces y hasta su desaparición, ETA no se limitó precisamente al tiro en la rodilla. Y mucho después de su disolución, todavía podemos leer aquella “palabrería” insufrible que denunciaban los intelectuales vascos: “da la impresión de que se arrogan el derecho a expresarse con libertad quienes hacen gala de la opinión más grosera y más burra”. Ni que hubieran dedicado la frase a Joxemari Olarra.
Es evidente que esa izquierda abertzale en la que milita Olarra, ni entonces ni mucho después, atendió al mensaje que lanzaban los firmantes del artículo: “Nos apremia, sobre todo, la convicción de que nuestra única solución está en el esfuerzo y la colaboración permanente y juiciosa de la mayoría de la sociedad vasca. Porque es posible que el ansia, el atentado individual y el mesianismo impuestos por estos salvadores profesionales sea un freno, definitivo e insalvable.”
A pesar del freno, y con todos los problemas y limitaciones conocidas, quienes, desde un principio, optamos “exclusivamente por las vías pacíficas y democráticas” hemos ido construyendo el sistema institucional vasco, apostando por un eficaz modelo de protección social, defendiendo el euskara y desarrollando una economía competitiva. Sería perfecto que, además, desde un punto de vista nacional, en una de estas, pudiéramos lograr aquella “colaboración permanente y juiciosa de la mayoría de la sociedad vasca” que mencionaban Barandiaran, Mitxelena, Estornes, Lete, Lekuona, Basterretxea, Scheifler y otros, incluyendo a EH Bildu, a pesar de que “los olarras” de ese mundo pretendan seguir con su palabrería grosera y su mesianismo.
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