01 eka. La cofradía del no
Hace unos días tuve ocasión de acudir a una visita guiada –muy interesante, por cierto– sobre las obras de Nestor Basterretxea que se exponen en el hall de la sede las Juntas Generales de Gipuzkoa. La experta en arte encargada de explicarnos la cosmogonía de Basterretxea comenzó su exposición insistiendo en la importancia de comprender el contexto temporal y político en el que el escultor materializó su obra: una época en la que Basterretxea y otros artistas vascos pretendieron buscar la autenticidad de nuestra identidad en el arte prehistórico y la mitología vasca, al tiempo que la adaptaban a las corrientes artísticas de vanguardia para dar réplica, no exenta de intencionalidad política, a la situación de opresión del Pueblo Vasco a manos del franquismo.
Pensé que, efectivamente, siempre es importante atender a las circunstancias de cada momento. No solo en la expresión artística, también en cualquier otro ámbito; y principalmente, en lo que incumbe a la expresión netamente política, esa que se hace, casi siempre, prescindiendo de intención artística.
Y mientras pensaba en estas cosas me acordé del artículo “Donostia y el club del no” que acababa de publicar Eneko Goia, alcalde de Donostia. Y llegué a la conclusión de que en la política vasca de las últimas cuatro décadas largas ha habido muchas circunstancias y varios contextos que han hecho variar las acciones y los discursos de las distintas sensibilidades políticas de Euskadi, pero –y el uso de la adversativa acaba de restar bastante valor a lo que pensé y ahora estoy escribiendo– hay algo que el paso de los años no ha cambiado: unos actores políticos hacen y otros se oponen.
La Euskadi de hoy –que percibimos como “normal”– no tiene nada que ver con la que recibimos en herencia del franquismo, afortunadamente. Se han hecho muchas cosas, muchísimas, desde que recuperamos nuestras instituciones democráticas. Y se han hecho siguiendo siempre el mismo esquema: unos hacen mientras otros se oponen.
Pongamos que hablo de la autovía entre Gipuzkoa y Nafarroa. Recuerdo las portadas de los periódicos, día tras día durante años, en las que se daba cuenta de la polémica –qué decir de los atentados y los innumerables sabotajes–. Los del “no” aseguraban que la autovía iba a servir para que los tanques de la OTAN llegaran hasta los Urales. Se inauguró en 1995 y, desde entonces, a saber cuántos coches y furgonetas han pasado por allí para, por ejemplo, ir a esquiar o escalar en el Pirineo. Si hubieran impuesto su “no” seguiríamos subiendo y bajando Azpirotz. Todavía perviven en la carretera vieja, un tanto borrosas, pintadas que dicen “autobia, erokeria”.
Lo mismo vivimos con el Metro de Bilbao. No hacía falta, decían; hacían chistes sobre “el centímetro de Bilbao”; argumentaban que era carísimo y que iba a tener afecciones ambientales terribles. Se inauguró en 1995. Solo durante el año pasado tuvo 92,3 millones de usuarios de todo género, origen, color y condición económica. Si se hubieran impuesto los del “no”, ni Bilbao ni su entorno serían como los conocemos.
Qué decir del Museo Guggemheim: los del “no” se multiplicaron como nunca. Todos en contra, nadie a favor, salvo el PNV, claro. No había que “malgastar” el dinero financiando “el colonialismo cultural yankee”. Se inauguró en 1997 y puso a Bilbao y a Euskadi en el mapa del mundo. Solo en 2023 ha tenido 1,3 millones de visitantes, casi todos extranjeros, es decir, de fuera de Euskadi. Y, ahora que lo pienso, algunos de los nostálgicos del “no” puede que lo culpen de ser el motor de la “turistificación”, porque la cofradía del no suele coincidir en multitud de temas.
No todos los “noes” han sido contra proyectos que, al final, han quedado cucos (como el Kursaal, el Puerto Deportivo de Zumaia, Hondalea, la ampliación de Anoeta y tantos otros que también se hicieron a pesar de la oposición de los del “no”). También ha habido campañas del “no” contra infraestructuras no moñoñas pero sí necesarias, como la incineradora de Zubieta. Estos, los anti-incineración, creo que merecen una mención especial a la porfía y la pesadez por casi 25 años de campaña a la contra. Y todavía hoy siguen dando pábulo a la desinformación; siguen intentando crear alarma social; siguen instigando debates en el Parlamento y en las Juntas Generales; siguen inventándose argumentos para correr a Fiscalía. Si los del “no” hubiesen ganado su guerra, ahora mismo, en Gipuzkoa no sabríamos qué hacer, literalmente, con más de 150.000 toneladas de basura al año –y eso que somos los campeones del reciclaje–.
Todos esos proyectos –y otros muchísimos más– se han ido haciendo porque hemos tenido responsables políticos e institucionales que no se han plegado a la cofradía del no y, de ese modo, han ido construyendo la Euskadi que conocemos; una Euskadi que, sin ser perfecta ni exenta de problemas, es el país del que nos sentimos orgullosos. A todas esas personas les debemos reconocimiento.
Alguien dirá que la cofradía del no no es una cuadrilla homogénea, que se va adaptando a las circunstancias, que tiene miembros con sus propias especificidades… Y es verdad. Pero tampoco hace falta ser politólogo ni historiador de la política vasca para reconocer un hilo conductor evidente y mayoritario en prácticamente todos los casos.
La cuestión es que la cofradía del no sigue activa. Sigue activa, por ejemplo, en otro de esos temas que nos ocupan desde hace aún más años que la propia planta de tratamiento de residuos de Zubieta: el Tren de Alta Velocidad. Cierto es que la duración, seamos amables y digamos que exagerada, de las posiciones contrarias a la Y vasca hacen juego con los plazos de una obra eternizada. Los distintos gobiernos españoles de uno u otro color, responsables de su ejecución, han retrasado su finalización ni se sabe cuántas veces: el proyecto se definió a finales de los 80 y, dicen, podrá entrar en servicio en 2027 –ya veremos–.
Ya lo he dicho en tribuna durante algún debate en el Parlamento Vasco: mi madre solía comentar “ya veréis cómo son los primeros en aparecer con la maleta en el andén”. Pues resulta que, en el debate de ETB1 del martes, el candidato al Parlamento Europeo de la principal opción del “no” dijo -de manera un tanto críptica para que no se notase mucho-: “Estamos a favor de impulsar el Corredor Atlántico”. Y me acordé de la madre; de la mía, quiero decir.
La cosa es que ahí siguen. Y desde hace un tiempo es evidente que han focalizado la estrategia del “no” en Donostia: no a la pasante del Topo, no al Basque Culinary Center de Gros, no al proyecto de San Bartolomé… Y “no” a lo que, dada la alarma existente por el problema de la vivienda, puede ser más grave: a los desarrollos urbanísticos de vivienda nueva previstos en la capital gipuzkoana.
Resulta difícil explicar a quien desconoce la complicada tramitación administrativa lo que cuesta sacar adelante cualquier proyecto de desarrollo urbanístico: modificaciones de fichas, planes pormenorizados, estudios ambientales, cambios de uso, negociaciones de convenios, sucesivas aprobaciones en Pleno con sus correspondientes debates políticos, etc. Para que, además, venga la cofradía del no y organice, pues eso, el “no”. Argumentan que se “masifica” el entorno –siempre son los otros los que “masifican”, nunca es uno mismo–, o que la vivienda protegida resultante no es suficiente –aunque se cumplan de más los requerimientos legales, que ya son altos en Euskadi–, o que la vivienda protegida no debe ser en propiedad sino solo en alquiler –pretendiendo imponer opciones ideológicas que, a menudo, no son viables y que seguro que, en demasiadas ocasiones, ni siquiera son coherentes con la casa en propiedad de quienes las defienden–.
Apuntaba Eneko Goia a lo que denominaba “la estrategia de la doble cara”, esa que consiste en mantener las apariencias de la participación institucional democrática y “subcontratar la agitación social”. En Euskadi hay verdaderos expertos en esa estrategia de subcontratación y no cabe duda de que andan dándolo todo en Donostia. Se erigen en supuestos “defensores” de los intereses de la ciudadanía y deslegitiman continuamente a las y los responsables democráticos de las instituciones mediante la táctica de la agitación continua basada en relatos falsos y realidades tergiversadas
Porque, que no nos engañen, las cofradías del no, que se nos presentan siempre como la expresión beatífica y desinteresada de un supuesto malestar social, nunca son un producto espontáneo. Muy al contrario, siempre surgen inducidas en torno a una estrategia marcada por un agente político, llamémosle X, que espera, con el capazo bien abierto, obtener beneficio.
Sorry, the comment form is closed at this time.