31 urr. Quinielas
Hay quien dice que es casi tan difícil no acertar ninguno de los quince resultados de una quiniela como acertarla entera. A saber. En todo caso, resulta difícil creer que las instituciones vascas sean incapaces de acertar en nada como algunos, los de siempre, nos quieren hacer creer. Es estadísticamente muy improbable que ninguna de las políticas públicas vascas, ninguna, esté bien encaminada. Sin embargo, la retórica política de la izquierda abertzale y la acción confrontativa de los sindicatos vascos vienen a trasladar esa idea: todo, absolutamente todo, se hace peor que mal. A golpe de convocatorias, protestas, movilizaciones, huelgas y titulares pretenden que la gente acabe creyéndose lo de que los servicios públicos vascos, todos, -la educación, la sanidad, las residencias, etc.- son un desastre. De hecho, aun en el caso de que la gestión de todas nuestras instituciones hubiera sufrido algún exótico colapso –que no es el caso–, aun así, sería realmente increíble que el diagnóstico que realizan los agentes activos de la confrontación fuese acertado: es estadísticamente poco probable no dar ni una. Sin embargo, en cada debate parlamentario, en cada rueda de prensa, en cada entrevista, no dicen otra cosa: esto –y eso y aquello y lo de más allá– es un desastre.
En realidad, estamos ante una estrategia de bloque en la que los agentes de la confrontación no pierden la esperanza de coger la ola de “las condiciones objetivas y subjetivas” creadas por la pandemia para poder surfear, sino hasta la revolución, por lo menos hasta la hegemonía política. La segunda ola de la covid pega fuerte y la economía se resiente tanto como avanza el virus. Un caldo de cultivo propiciatorio para el descontento social ante la inquietud de muchas familias que ven peligrar sus trabajos, sus negocios, sus esperanzas y sus ilusiones, todo ello en el contexto del miedo y la asfixia social. El río está, más que revuelto, embarrado; y es en ese barro donde algunos, los de siempre, pretenden pescar.
Tras semanas en las que el frente político-sindical “se trabajó” el relato, la temporada quedó inaugurada el 15 de septiembre con la huelga en las escuelas. Las acusaciones de “falta de diálogo” y de “falta de previsión” contra el Gobierno Vasco fueron incesantes aunque no fuesen ciertas. Los sindicatos y, cómo no, EH Bildu en primera línea de pancarta, no atendieron al ofrecimiento de retomar el diálogo realizado por el consejero de Educación Jokin Bildarratz, ni a los anuncios de nuevas contrataciones, las que fuesen necesarias atendiendo a las circunstancias de cada centro – por cierto, ya han sido contratados más de 1000 profesores-. El frente político-sindical extendió el relato de que los ratios de alumnos por profesor eran muy insuficientes para “garantizar” la seguridad. Su estrategia se basó, una vez más, en fomentar el miedo entre las familias. La realidad era otra: en la CA de Euskadi teníamos los mejores ratios alumnos/profesor de todo el Estado, y de los mejores entre los países referenciales de Europa, aun antes de los refuerzos anunciados por el Departamento de Educación.
El caso es que ayer, mes y medio después de comenzado el curso, solo el 0,8% de las aulas estaban cerradas por tener algún infectado. ¿Alguien ha oído a nadie retractarse de las exageraciones que escuchamos cuando la huelga? A nadie, del mismo modo que ni Otegi ni Lakuntza ni Aranburu han reconocido nunca que aquellos discursos apocalípticos que hicieron en abril, aquellos que afirmaban que el Gobierno Vasco pretendía primar “el gran capital contra la salud de los trabajadores”, han quedado ridiculizados por siete meses de normalidad laboral, eso sí, con medidas para preservar la salud. Ahora bien, nadie sabe cómo evolucionará la pandemia. Puede que haya quien esté esperando que las cosas vayan de mal en peor para después reivindicar anacrónicamente el típico “ya lo decía yo”, del mismo modo que voces cualificadas de la izquierda abertzale echan la culpa de la actual situación a una desescalada que consideran “precipitada”, olvidándose de que la segunda ola está arrasando toda Europa.
Ahora, el frente político-sindical por la confrontación ha vuelto a subir el volumen del ruido, esta vez en Osakidetza, convocando sendas jornadas de huelga en los tres Territorios Históricos vascos. No es que sea algo nuevo, las convocatorias en torno a los supuestos “recortes en sanidad”, son más bien tradicionales. Si acaso, ahora añaden el argumento del “agotamiento” de la plantilla buscando la empatía de la opinión pública hacia una huelga en plena escalada de positivos e ingresos hospitalarios. Les es igual que los supuestos recortes no existan, como no se cansa de repetir la consejera Gotzone Sagardui: la tercera parte de todo el Presupuesto del Gobierno Vasco es para Salud y en Osakidetza hay más trabajadores que nunca, 39.000. Evidentemente, también hay necesidades, del mismo modo que hay un compromiso político firme de atajarlas, por ejemplo con las 4.000 nuevas contrataciones anunciadas. Pero, de nuevo, estamos ante la ola que surfean quienes priman la confrontación.
En todos estas huelgas –y en la de las residencias de Gipuzkoa, y en la de los comedores escolares, y en la de los trabajadores de cocina y limpieza de los hospitales…–, en todas las reivindicaciones y protestas, el frente sindical tiene un aliado impenitente en EH Bildu. Sin embargo este pasado jueves hemos conocido un tema en el que la unidad de acción político-sindical parece flaquear: mientras ELA denunciaba que el Proyecto de Presupuestos Generales del Estado “sigue ahondando en las políticas de injerencia, centralización y austeridad” y exigía que los partidos políticos vascos “con representación en Madrid” no den cobertura a medidas como el mantenimiento de la tasa de reposición de los funcionarios que, según el sindicato “perpetua” la tasa de temporalidad de las plantillas públicas en Euskadi o a la propuesta salarial del 0,9% por “mantener la pérdida del poder adquisitivo de los empleados públicos”… Mertxe Aizpurua, portavoz de EH Bildu en el Congreso, afirmaba que el Proyecto de Presupuestos “está bien planteado en general”.
A EH Bildu le gusta el presupuesto que presentaron, en calculada coreografía, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Le gusta la nueva imposición “a las rentas más altas”, a pesar de que las reformas en el IRPF se queden algo cortas en comparación a las tablas vascas, tan supuestamente “neoliberales” ellas. Le gusta el incremento del tipo marginal del Impuesto de Patrimonio, sin que le importe que mantengan el famoso escudo fiscal –ese que tanta guerra nos da en Gipuzkoa- y, además, con un límite cinco puntos más favorable para “los más ricos” de allí que el que tienen los de aquí. También le gusta a EH Bildu el anuncio de los socios de gobierno españoles para regular mediante una nueva Ley de Vivienda la posibilidad de que las CCAA puedan establecer límites en el precio del alquiler sin que, aparentemente, le preocupe la invasión competencial que eso supone en la competencia exclusiva vasca, ni la interferencia con la Ley de Vivienda del Parlamento Vasco. Y, para terminar, a EH Bildu le gusta también el impuesto al diésel. Supongo que sabrán que el 62% de los coches usados que se compraron en agosto en Euskadi eran diésel y que quienes los compraron… hubieran querido tener dinero para uno nuevo, incluso para uno nuevo y eléctrico. Por cierto, no se han pronunciado sobre “el Plan de Choque Contra la Dependencia para revertir los recortes” con una dotación de 315 millones más –636 en total–. Un “plan de choque” que se antoja algo escaso para todo el Estado si tenemos en cuenta que la Diputación de Gipuzkoa invierte unos 260 millones al año en dependencia y a EH Bildu siempre le parece poquísimo. De modo que no parece que, por ahora, EH Bildu tenga intención de hacer seguidismo de las admoniciones de ELA en cuanto a los presupuestos del Estado. Es lo que tiene querer ser “determinantes”. Probablemente, EH Bildu esté pensando en compensar a ELA obedeciendo sus directrices con respecto a los del Gobierno Vasco. Iremos viendo cómo se desarrollan los partidos. Se admiten apuestas.
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