09 ots. Timeo Danaos et dona ferentes
“Temo a los griegos incluso cuando traen regalos”, dijo Laocoonte cuando vio el caballo de madera que, tras aparentar su retirada, los griegos habían dejado en Troya. Sugirió quemarlo, pero los troyanos no le hicieron caso e ingenuamente lo introdujeron dentro de las murallas de la ciudad. Laocoonte tenía razón: hay regalos envenenados que bajo una apariencia amable esconden una estrategia bien calculada.
Así, estos días se está escenificando la apoteosis del diálogo. Pedro Sánchez en cada frase que pronuncia incrusta la palabra “diálogo” tantas veces como la gramática se lo permite. Junqueras, por su parte, ha llegado al paroxismo del afán dialogante, “ofrecemos diálogo a todo el mundo”, incluso “a aquellos que han aplaudido de manera entusiasta la represión y nuestra prisión”. Es curiosa la facilidad con la que ERC se ha transustanciado desde las famosas “155 monedas de plata” a esta posición entusiástica en torno a la no menos famosa mesa de diálogo entre el gobierno español y el catalán. Quienes desde la izquierda se ufanan de ser “lo más” –lo más de la sensibilidad social, lo más del independentismo, lo más del republicanismo– son los más desacomplejados a la hora de virar 180 grados cuando lo consideran oportuno, de modo que Junqueras se permitió el desparpajo de afirmar, rotundo, eso de “más independentistas que nosotros no hay nadie, también somos los campeones del diálogo”. ¿No será que los campeones del independentismo en realidad pretenden ser los campeones en la lucha por la hegemonía en las próximas elecciones catalanas?
En alguna ocasión he escrito sobre lo difícil que resulta atacar determinados conceptos so pena de ser políticamente incorrecta y, desde luego, el concepto diálogo es uno de ellos. Es como si decidiéramos que las palabras bonitas no pueden contener cálculos y estrategias nada confesables exactamente de la misma manera que el bonito caballo de madera que los griegos regalaron a los troyanos contenía soldados de élite que arrasaron a los mismos que les abrieron las puertas de la ciudad. De hecho, puede que Junqueras calcule que, al igual que los troyanos, agotados tras nueve años de guerra, quisieron creerse libres de peligro y aceptaron la apariencia de un regalo, los catalanes, tras diez años de intenso procés, estén dispuestos a premiar “el dialoguismo” de ERC permitiéndole pergeñar un acuerdo transversal, eso sí, muy de izquierdas –solo vale si se vende como muy de izquierdas– con el PSC y Podemos para la próxima legislatura. De hecho, puede que también Sánchez se haya releído el relato homérico y es por eso que ha titulado como “Agenda para el reencuentro” la oferta de diálogo que lleva a la mesa de diálogo con el President Torra de la misma manera que los griegos habían escrito en la grupa del caballo: “con la agradecida esperanza de un retorno seguro a sus casas después de una ausencia de nueve años”.
Ahora voy a cambiar de tercio. También me voy a permitir el lujo de virar el discurso 180 grados: voy a defender el diálogo. La única forma civilizada de solucionar conflictos es el diálogo. No hay otra. Ahora bien, la clave no está en el método –el diálogo– sino en la sustancia de ese método. Si de verdad el diálogo debe ser el camino para la solución no vale el diálogo como apariencia, como cebo. No vale el diálogo-trampa. El único diálogo que puede servir para no cerrar en falso, para no adormecer la conciencia colectiva de un pueblo, para que no sea un simple catalizador de ambiciones personales o partidistas, es el diálogo basado en el reconocimiento del otro, en el respeto y en la igualdad. El único diálogo válido es el diálogo valiente, no el que se cobija en palabras huecas y frases elegantes. Los pueblos, tanto el catalán como el vasco, merecen respeto, no técnicas de seducción baratas, y mucho menos imposiciones de marcos legales que condenan a la otra parte de la mesa, sí o sí, a la subordinación. Eso no es diálogo, es imposición. Es verdad que impone el que puede y que el Estado, puede. Pero por mucho que el Estado dispone del poder de imponer, no hay diálogo en la dominación.
Y, ¿qué clase de diálogo es el que anda prometiendo Sánchez a Torra? He leído en su propuesta: “diálogo, negociación y acuerdo en el marco de la ley y el respeto a la seguridad jurídica”. Ya conocemos cuál es “el marco de la ley”. El mismo marco que blandía Zapatero, con todo su talante, cuando en 2007 dijo aquello de “escucharé a Ibarretxe, pero nada se va a hacer si no es con respeto a la Constitución, a las leyes y al Estado de Derecho”. El PSOE sabe, ahora como entonces, que en un escenario político polarizado, en el que la derechona, trina y una, anda con sus querellas, sus descalificaciones y su teatrerío de capa y espada, el aparentar disposición y moderación tiende a desarmar la capacidad de reacción social de los nacionalistas, catalanes en este caso, vascos en aquel. La única arma de defensa contra el diálogo-trampa es la conciencia política del pueblo y, sobre todo, una virtud tan agotadora como la perseverancia y otra tan necesaria como la esperanza.
También entre nosotros hay troyanos. Por ejemplo, esos que niegan la existencia del Pueblo Vasco. Lo hacen sin disimulo los políticos de los partidos españolistas, pero tienen mucho mayor peligro quienes, taimadamente y sin posicionarse en el constitucionalismo, se dedican a sustituir “pueblo vasco” por conceptos políticamente asépticos como “sociedad” o “ciudadanía”. Quienes hacen esto pretenden ir difuminando la conciencia nacional vasca y el sentido político mismo de ser nacionalista, y con ello, por lo tanto, aspiran a desinflar la reivindicación del derecho a decidir de Euskadi. Una cosa implica la otra, y hay quienes conocen el poder de las palabras para preformar la realidad.
O quienes, al hablar del derecho de autodeterminación, lo contraponen a conceptos como “seguridad jurídica y política”, “paz social” o “sentido común”. No son palabras cogidas al vuelo sino rescatadas de una entrevista de esta misma semana al profesor Álvarez que afirma: “no existen argumentos democráticos para oponerse a que las sociedades decidan su futuro libremente” eso sí, “tras debatir la compleja delimitación de qué ha de entenderse por tales sociedades”. No hallaremos estas formulaciones, caballos de Troya disfrazados de abertzalismo, en referentes como el lehendakari Agirre, Landaburu, o los grandes de la cultura vasca como Mitxelena y Barandiaran, que hablan del “pueblo vasco” sin tapujos. También los escoceses parece que lo tienen bastante más claro a la hora de reivindicar y ejercer su derecho: el pueblo escoces decide, y punto. Pero el derecho a decidir de Euskadi, para Álvarez, es algo mucho más extraño: no corresponde al Pueblo Vasco sino a la “sociedad”, una “sociedad compleja” que, además, habría que “delimitar”. Este tipo de disquisiciones, y otras, merecen un comentario para el que no tengo espacio pero para cualquiera que sea abertzale resultan apabullantes y muy poco naturales. Y por otra parte, muy acordes con la forma de pensar de quien parece celebrar que el nacionalismo vasco camine “hacia la política líquida”.
De verdad espero que el nacionalismo vasco no esté caminando hacia “la política líquida”, porque por definición la política líquida, como la sociedad líquida, es una política sin valores sólidos, lo cual equivale bastante a una política sin valores. Y si algo caracteriza al hecho de ser abertzale es, justamente, el tener una conciencia política colectiva y solidaria, un sentido de identidad y pertenencia que nos hace ser parte de nuestro pueblo, la conciencia de la dignidad de ese pueblo y de la de todas las personas que lo conforman. Es decir: todo lo contrario de lo que pueda ser una “política líquida”. De modo que espero de verdad que el nacionalismo vasco no se esté licuando. Pero sí creo que hay algunos liquidacionistas aparentando hablar desde el nacionalismo vasco a los que se ofrece mucha cancha mediática para que nos metan su caballo de Troya.
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