ABERTZALEAK, ZORIONAK!

El Partido Nacionalista Vasco-Euzko Alderdi Jeltzalea acaba de cumplir 125 años. Una larga historia siempre al servicio del Pueblo Vasco, de su identidad nacional, de su idioma, de su cultura, de su libertad, de su derecho a decidir, de su autogobierno y, sobre todo, de sus gentes. En esta ocasión es justo reivindicar la figura de Sabino Arana y Goiri como fundador del PNV pero, sobre todo, como la persona que tuvo el coraje de reaccionar ante la penosa situación que el Pueblo Vasco vivía en su época, derogados los fueros, sometido a un proceso de colonización y asimilación política galopante por parte de España y Francia, víctima de un proceso salvaje de aculturación, con el euskara en un franco retroceso promovido por el jacobinismo de los dos Estados hasta el punto de que los vascos que únicamente conocían su lengua eran discriminados en su propia casa. Es justa la reivindicación de la figura de Arana y Goiri a pesar de que se haya puesto de moda realizar valoraciones tan anacrónicas como demoledoras de personajes históricos, hijos e hijas de su tiempo. Y además, es necesaria, dada la deplorable ignorancia de nuestra propia historia y la consiguiente tendencia a arrumbar nuestros referentes, acaso por consideraciones de coyuntura política o por falta de autoestima o por cierta pereza provocada por una continua dialéctica ideológica bastante pesada.

Esa reivindicación de Sabino Arana y Goiri ya la hizo en su día quien fuera el primer Lehendakari de Euskadi, Jose Antonio Agirre, remarcando lo sustancial del fundador del PNV y rebatiendo las descalificaciones políticamente interesadas de quienes han visto siempre, en la conciencia nacional vasca que Arana acertó a prender, el enemigo de su concepción de la Unidad de España, más esencialista y menos democrática que el nacionalismo vasco. Agirre afirmó que “sin la aparición de Sabino de Arana el Pueblo Vasco hubiera desaparecido” y aunque la historia, siempre lineal, no permite conocer lo que hubiera ocurrido, probablemente acertó en esa afirmación. De hecho, Miguel de Unamuno así lo creyó certificar, sobrado de prepotencia intelectual, en un discurso que realizó en el Congreso en 1931 –en el que por cierto aludía muy despectivamente, sin nombrarlo, al propio Arana– para recrearse en su idea previa de “hace cosa de 30 años” según el cual al “vascuence” solo cabía “enterrarlo embalsamado para la ciencia”.

Según apuntaba Agirre, “Euzkadi vive gracias al apostolado de Sabino que dotó a nuestro pueblo de una conciencia firme de su personalidad nacional y de una fe inquebrantable en su destino de libertad” y subrayó varias características de Arana que han pervivido durante estos 125, hasta hoy, en el PNV: “centró su atención en el hombre y en su dignidad insobornable”, “enseñó que la vieja ley no era privilegio ni concesión, sino soberanía”, “denunció la explotación de los humildes y llamó a asociarse a los trabajadores vascos en defensa de sus legítimos intereses”. Su reconocimiento llegó al punto de considerar que sin la doctrina de Sabino, Euskadi –y él mismo, como Lehendakari de un gobierno en guerra contra los rebeldes franquistas– “no hubiera podido adoptar la posición que adoptó en 1936 al oponerse a la agresión del militarismo coaligado con todos los elementos dispuestos a apoyar al cesarismo y suprimir las libertades humanas”.

125 años de historia dan para mucho: para promover, desde los batzokis que se fueron abriendo por toda Euskadi a principios del siglo XX, un amplio movimiento cultural y euskaltzale; para crear, tras la I Guerra Mundial, la primera gran dinámica política formado por mujeres, Emakume Abertzale Batza, inspirado en un movimiento análogo del Sinn Fein; para levantar las ikurriñas en una guerra desigual por la libertad de Euskadi y contra el fascismo, con miles de gudaris que se presentaban voluntarios en los batzokis; para perder la guerra; para sufrir la persecución más cruel bajo las dictaduras, primero la de Primo de Rivera, luego la de Franco; para mantener latente el anhelo de un pueblo, aún en los momentos de mayor opresión ideológica; para recuperar el pulso con la creación de las ikastolas; para el exilio y para la vuelta; para, tras la dictadura, resurgir de la aparente nada, entre la vorágine de siglas y movimientos revolucionarios que empapelaban las calles vascas. Y para posibilitar un nuevo Estatuto, la recuperación de nuestras instituciones, los conciertos económicos vasco y navarro y la reconstrucción política, cultural y económica de Euskadi durante estos últimos 40 años, desde las cenizas dejadas por el franquismo, y a pesar del lastre inicuo y cruel de ETA, hasta el 8º puesto entre los países de la UE en PIB per cápita, según anunció el Eustat ahora hace justo un año. Y, por supuesto, para crear una economía competitiva a nivel global a la par que un sistema de protección social equiparable a los más avanzados de Europa.

Este artículo no da para mencionar por su nombre a todos aquellos que lo han merecido a lo largo de esta larga historia, pero es de justicia reconocer la ilusión y el trabajo de miles de abertzales de verdad, en el partido y en las instituciones, desde el EBB a las organizaciones municipales, desde los lehendakaris a los concejales del pueblo más pequeño. Tampoco da para analizar en profundidad hitos políticos fundamentales. Pero, no debemos olvidar la apuesta estratégica que hizo el partido en Txiberta, al rehusar aquellos cantos de sirena de una violencia política que solo produjo décadas de sufrimiento y un estrepitoso fracaso. Del mismo modo, cabe recordar la apuesta por la paz que se intentó en Lizarra-Garazi, arriesgando mucho con una izquierda abertzale que, a la primera de cambio, falló a la ilusión creada entre el pueblo. O la fuerza con la que el lehendakari Ibarretxe trabajó a favor de la paz y del derecho a decidir de Euskadi ante una España que, como siempre, nos negó nuestro derecho democrático mientras la izquierda abertzale solo aportaba cinismo. Han tenido que pasar demasiados años hasta lograr un acuerdo de bases soberanistas en el Parlamento Vasco con una EH Bildu que, por lo demás, mantiene una actitud arrogantemente partidista, especialmente cuestionable ahora que el lehendakari Urkullu se ve en la necesidad de afrontar la que dicen será la peor de las crisis económicas. En todo caso, ese acuerdo que recoge los principios para la reivindicación de un nuevo estatus basado en la actualización de aquella “lege zaharra” de Sabino Arana en su interpretación auténtica de soberanía originaria ofreciendo un pacto entre iguales a España, debe ser capaz de abrir un nuevo camino político que requerirá de mucha menos confrontación y de mucha más colaboración.

En 1995, para celebrar el 100 aniversario de EAJ-PNV, el Euzkadi Buru Batzar, que entonces presidía Xabier Arzalluz, firmó un manifiesto que describe de manera admirable la tradición del nacionalismo vasco desde su fundación hasta hoy mismo y que comienza con una afirmación esencial: “Euskadi da gure Aberria”.

“Juramos ser honestos y leales a la aspiración de pervivencia del Pueblo Vasco, sin poner nunca los intereses propios por encima de los de la Patria. Porque la pertenencia a una misma Patria que se siente en peligro nos ha unido siempre y nos une aún hoy a todos; con estudios o sin ellos; profesionales o trabajadores de la industria, de la agricultura y del mar; comerciantes, funcionarios o ertzainas; hombres y mujeres; jóvenes y mayores.

Heziketan, erlijioan, ideologian, bizimodu mailan, gizarte graduetan, gure artean egon daitezkeen aldeak alde, bada zerbait guztiok batzen gaituena, euskaldun garenez: gure herria eta gure hizkuntza gordetzeko eta indartzeko dugun grina eta gogoa; halako aldaketa historiak ematen ari diren momentu honetan herri hau arnasberritu nahia.

Hau da gure zina. Ongi ohartuak gaude hori betetzea zenbat odol-isurtze, atzerriratze eta espetxe kosta zitzaien gure aurrekoei. Hitza ematen dugu guk ere berdin beteko dugula, gutako bakoitzaren miseriak eta denboraren gorabeherak gaindituz.

Zorionak, Euzko Alderdi Jeltzalea! Zorionak, abertzaleak!

Gora Euskadi askatuta!!

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