Aviones y cuidados

Vivimos tiempos de mucho ruido. Al leer cualquier periódico, da igual qué página, da la impresión de que todo está a punto de derrumbarse; todo salvo una cosa, los aviones. Los aeropuertos de Euskadi incesantemente subrayan que el número de aviones se multiplica y que no paran de despegar llenos de viajeros.

En 2022, más de 5,7 millones de pasajeros han pasado por los tres aeropuertos de nuestra parte de Euskadi, y otro millón largo desde Biarritz y Noain. Suponiendo que todos hayan vuelto, 3,5 millones de personas han estado volando voy, volando vengo. Y aventurando –no tengo ni idea-– que la mitad sean turistas, un millón setecientos mil vascos y vascas han volado. Y este año 2023, se sigue batiendo récords.

Si nos limitamos a leer los periódicos, podemos llegar a la conclusión de que tomamos aviones porque estamos espantados por los tipos de interés de las hipotecas, por la inflación, por el precio de los alquileres, por las tasas de pobreza, por los comedores escolares, por las listas de espera, por el TicketBai –por cierto, sería mucho mejor comprar menos en Amazon y más en el comercio local–- y por los sueldos de las personas empleadas públicas. Pero parece una conclusión poco coherente, más aún si se tiene en cuenta que los viajes en avión suelen ir aparejados a un cierto nivel de vida.

Lo que resulta más dudoso aún es que esta afición a volar obedezca a la gran preocupación que nos provocan las emisiones de CO2 que agravan seriamente el cambio climático.

No sé a qué viene tanto avión en un artículo sobre cuidados pero es que, leyendo las noticias, a veces da la impresión de que en Euskadi o estamos en huelga o estamos camino del aeropuerto. Y si se mira con cierta perspectiva, no deja de ser paradójico.

Y ahora me centro en mi pretensión: los cuidados. Últimamente se habla mucho de retos y es verdad que tenemos unos cuantos. Y el de los cuidados, vista nuestra pirámide de edad, es tan grande que da vértigo.

El próximo día 30 tenemos una convocatoria de “huelga general feminista”. El “movimiento feminista” reivindica que las instituciones asuman los cuidados “en vez de las mujeres”. Y no les falta razón en que son las mujeres las que, todavía, se responsabilizan de los cuidados en la mayoría de los casos. Pero siendo eso una realidad, hay ciertos aspectos que deben ser matizados.

En primer lugar, me consta que nuestras instituciones públicas son muy conscientes de la absoluta necesidad de afrontar el reto que implica el envejecimiento galopante de nuestra sociedad y de que ese reto se debe abordar con perspectiva de género.

Por otra parte, me ha llamado la atención la siguiente afirmación del decálogo de adhesión de ELA: “a las mujeres se nos ha atribuido el rol de cuidadoras, bajo el mantra del ‘cuidar por amor”. Es decir, ELA habla “en modo mujer”, obviando que en el sindicato hay cantidad de hombres que callan sobre esta cuestión –-por lo menos, en el panfleto que he leído–- y que, a lo mejor, podrían haber aprovechado la ocasión para asumir públicamente su parte alícuota de culpa. Porque, ¿quién “ha atribuido” a las mujeres el rol de cuidadoras? Siempre quedará responder que ha sido el patriarcado, que resulta más difuso, o el capital, que suena más de izquierdas.

Otra cuestión llamativa es que las convocantes afirman que “hoy, no cuidar es un privilegio” y añaden que es “un privilegio que tienen los hombres –que están llamados a la huelga feminista– y las personas blancas o las personas jóvenes”, que también están llamadas a la huelga, supongo, ya que es general. Y, en este sentido, estamos ante una huelga peculiar: las personas “privilegiadas” reclaman mantener sus “privilegios” –no lo digo yo, lo dicen las convocantes–, eso sí, solidarizándose con las personas no privilegiadas ya que, leo a las convocantes, “la huelga es un derecho totalmente vetado para las trabajadoras migrantes”.

Otro aspecto relevante es que utilizan profusamente los mantras de la precarización y de la privatización para justificar la huelga. Y a esos conceptos ineludibles en cualquier huelga desde hace unos años, unen otros tales como la desfamiliarización de los cuidados, el derecho a ser cuidado y el derecho a no cuidar. Este último y novedoso derecho es, en verdad, el meollo de la cuestión.

Las mujeres nos hemos ido emancipando de la vida familiar con notable éxito –un éxito que no significa  que hayamos logrado la igualdad en lo relativo a los “privilegios” de los hombres–. Vamos avanzando pero nos queda camino por recorrer hasta cerrar la brecha salarial y alcanzar el mismo grado de libertad personal que los hombres. Y entre las cuestiones pendientes está la de la corresponsabilidad en los cuidados: los hombres no se han implicado en la medida necesaria y, ahora, parece que unos y otras hemos decidido que tenemos derecho a “desrenposabilizarnos” por igual.

En definitiva, nos encontramos con que han convocado a Hego Euskadi a una huelga general, dirigida exclusivamente a nuestras instituciones. Ahora bien, mi pregunta es ¿a qué nos lleva esta enésima huelga? Y solo se me ocurre una respuesta: que, bajo el paraguas de una coartada ética –el cuidado es la base de una vida digna-, el objetivo principal de las convocantes sigue siendo el desgaste político de nuestras instituciones.

De hecho, la convocatoria inicial va en nombre del “movimiento feminista”, pero la iniciativa original podría estar recogida en el Plan Político 23-24 de Sortu: “ayudar a reforzar el movimiento feminista e impulsar la reivindicación de la colectivización de las labores de cuidados”. Luego se suman la marca mainstream, –EH Bildu–, otros partidos, los sindicatos, etc. Pero la cosa es que, en las regatas de La Concha, alguien comentó sorprendido: “¿Habéis visto la pancarta de Sortu? Antes todo eran presos e independencias, ahora lo que reclaman son cuidados.”

Así, se sitúa el peso de la prueba en las instituciones vascas –que están centradas en una buena política de cuidados– y se reclama un “nuevo modelo” envuelto en la clásica retórica llena de adjetivos y reivindicaciones: que todo el sistema público se “publifique”, que sea gratuito independientemente de la capacidad económica de las personas, con mejoras laborales, que integre a las trabajadoras migrantes, que se reduzcan las jornadas laborales, que cese toda colaboración con el tercer sector, etc. Y, como es evidente que el catálogo es largo y muy costoso, proponen la fórmula para pagar la factura –se lo he leído a ELA–-: “que paguen las empresas y el capital” y listo. Es el argumento fácil y perfecto. Que no sea posible… eso ya da igual.

La pregunta es: ¿dónde hay en Europa algo como lo que los convocantes de la huelga pretenden?  ¿Y fuera de Europa? Tampoco. Pero da igual, porque tampoco hay huelgas como las de aquí en ningún sitio. Y, por otra parte, ¿dónde queda la responsabilidad personal? Está claro que las vascas y los vascos tenemos derechos pero ¿tenemos alguna responsabilidad?

Al final, en algunos ámbitos parece que se está produciendo una especie de hibridación entre el individualismo que aqueja a nuestras sociedades modernas y ciertas ideologías de izquierda: un individualismo que empuja a coger aviones –por seguir con la metáfora–- pero que necesita envolverse en reivindicaciones sociales para autojustificarse. Unas reivindicaciones que no requieren de compromiso personal y que, además, cuanto más fuercen las costuras del sistema –que consideran perverso por el simple hecho de ser limitado en recursos, como si los recursos se pudiesen generar a voluntad–- más motivadores les parecen.

La realidad es que, a lo largo de los años, hemos ido construyendo un modelo de cuidados cada vez mejor. Euskadi es donde más se invierte en ayudas a la dependencia, con diferencia. En Gipuzkoa hay 18.400 personas perceptoras de prestaciones de dependencia, que reciben 60 millones en ayudas. De hecho, solo Gipuzkoa da el 90% de las prestaciones por asistencia personal de todo el Estado.

Evidentemente, el sistema de cuidados es mucho más que las ayudas a la dependencia. Por eso, solo la Diputación Foral atiende, de una u otra manera, a más de 30.000 personas que requieren de cuidados, con un presupuesto que alcanzará los 515 millones de euros en 2024.

Resulta obvio que estamos obligados no solo a seguir mejorando, sino a dar un salto para adecuarnos a las necesidades que ya se vienen planteando y que van a ir a más. De hecho, en Gipuzkoa, el PNV lleva tiempo trabajando en una agenda propia centrada en la persona y en la comunidad, que garantiza un modelo universal y de calidad, personalizado y que prioriza el cuidado en casa. Y el lehendakari Urkullu acaba de plantear un Pacto Social Vasco por los Cuidados que transite hacia un nuevo modelo público-social.

Estamos en ello. Afrontar el nuevo modelo de cuidados es un reto formidable en el que habrá que invertir inteligencia colectiva, colaboración social y política y, desde luego, muchos recursos económicos, además de tiempo, empatía y relaciones comunitarias. Nos sobran huelgas generales, reivindicaciones desmedidas y financiaciones mágicas; y necesitamos más valores colectivos y compromiso personal. Coger aviones está bien, pero sin olvidarnos de quienes no pueden  volar.

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