DE LOS QUE APUESTAN POR LA DESESPERANZA

“Espacio de crisis y desesperanza”. Son palabras del portavoz de EH Bildu en el último debate presupuestario de Juntas Generales. Se refería a las políticas de la Diputación Foral de Gipuzkoa, pero, en realidad, son palabras que resumen muy bien la estrategia de EH Bildu: recrear la crisis para generar una sensación de desesperanza social.

No es una estrategia nueva, en absoluto.  De hecho, es la estrategia de quienes esperan la oportunidad para tomar el Palacio de Invierno, inveterados profetas de calamidades y azuzadores del malestar social esperanzados con la idea de que surfear la ola “de crisis y desesperanza” les lleve hasta la planta noble de la Plaza de Gipuzkoa.

Que EH Bildu desee gobernar es legítimo y acorde con la lógica partidista. Lo que no parece tan legítimo es basar su estrategia en instigar la desesperanza de forma permanente. Sólo aportan negativismo a la sociedad gipuzkoana y a la vasca. Es, exactamente, la misma estrategia que aplica la derecha española, dividida entre el PP y Vox, en el Estado. Aquí, el espectro político-comunicativo de la izquierda abertzale da para cubrir todo el abanico de tonalidades que van del gris oscuro al negro, colores que evocan aquella histórica ikurriña de la Herri Batasuna de los 80.

Es evidente que tenemos problemas: seguimos a vueltas con el covid, la electricidad cerró el año un 50% más cara, la gasolina se ha encarecido más de un 25% en el último año, suenan tambores de guerra en Europa y dicen que eso amenaza el suministro de gas, y el IPC anda por las nubes. Y la cosa es que “los expertos”, miembros de ese linaje bastante misterioso que se prodiga en los medios de comunicación, cada vez retrasan más el fin de una subida de precios que aseguraban ser “coyuntural”.

En todo caso, en Gipuzkoa acabamos de conocer el dato de desempleo de la EPA a cierre de año: un 6,6%. El paro más bajo de los cuatro territorios de Hegoalde. No salimos mal, tampoco, en comparación con otros países europeos: en 2021, Suecia, por ejemplo, estaba en el 8,3% de tasa de paro.

A estas alturas, algún profeta de calamidades ya nos habrá acusado de “triunfalismo”. No es triunfalismo hablar de la realidad, ni siquiera cuando los datos no gustan a los que lo fían todo al negro. Además, no hay triunfalismo: nos queda trecho para el pleno empleo, y el horizonte no está libre de nubarrones.

Sin embargo, sí es negativismo centrarse exclusivamente en la peor interpretación posible de la realidad. Donde los datos dicen que la marcha de la economía gipuzkoana va bien, ellos claman: “¡trabajadores pobres!!” y “¡¡contratos precarios!!” Y llevamos toda la vida en esta dinámica.

Sería fantástico que los profetas de calamidades nos expusieran, de una vez por todas, su fórmula, esa que asegura un nivel de vida general mejor del que tenemos, sin paro, sin precariedad laboral, con salarios dignos para todos y todas, con servicios públicos que cumplan todas las expectativas de todas las personas, sin ninguna desigualdad social y sin nadie en la pobreza. Seguro que nos podríamos de acuerdo en aplicarla.

Pero no, no tienen alternativa. Su estrategia se limita al quejismo y al mal rollo como palanca electoralista, y a un discurso contra “el capitalismo salvaje”. En eso, estamos de acuerdo: al capitalismo hay que embridarlo.

Tradicionalmente se ha solido entender que la alternativa al capitalismo es el comunismo. Pero, a estas alturas, ¿no queda fuera de foco lo de hablar de comunismo? Desde luego, parecía un debate superado tras el estruendoso fracaso del bloque soviético. Sin embargo, resulta que, entre nosotros, hay quien quiere resucitar la ortodoxia ideológica del marxismo: el pasado sábado vimos las manifas organizadas por GKS en Bilbao e Iruña. Y la prensa del neo-comunismo vasco publicaba un editorial triunfalista: “Entre petardos y gritos, se palpaba la disposición y las ganas de lucha para llevar hasta el extremo una opción que ha sido tan subestimada. El día tuvo ecos de las primeras líneas del Manifiesto Comunista”.

¿Les parecerá China, tras 71 años de régimen comunista, un modelo a importar? Dejemos de lado su militarismo imperialista, su represión brutal contra los uigures, su control social férreo –lo del pase covid, una broma– y su desprecio por los derechos humanos –declarado por el propio Xi Jinping–; y centrémonos en los datos disponibles, muy pocos, sobre la pobreza china. Hace unos meses, el primer ministro, Li Keqiang, reconoció que 600 millones de chinos tienen ingresos mensuales inferiores a 128 euros, que equivalen al alquiler de una habitación.

O ¿podrá ser Cuba su modelo? No hay forma de encontrar datos oficiales del régimen cubano sobre desigualdad social y pobreza –tampoco del chino–. Pero, según un artículo de Pedro Monreal González, especialista de la Unesco y Doctor por la Universidad de La Habana, en 2015, el 96% de los hogares de Santa Fé necesitaba ingresar cuatro sueldos promedio per cápita ¡sólo para comer!

Pero no era mi intención centrarme en una GKS que intuyo que debe estar preocupando seriamente a Sortu –y por extensión, a EH Bildu– sino, más bien, poner en evidencia la estrategia política de estos últimos que, además, en su afición por argumentar la desesperanza, pueden estar alimentando la radicalización y la disidencia en sus propias filas.

Parece que a GKS no le convence mucho lo del “Buen Vivir” como “alternativa radical al capitalismo” –si es que EH Bildu va por ahí cuando afirma que “la alternativa a un capitalismo que pone en riesgo la vida del planeta debe ser radical”– y tampoco la socialdemocracia, suponiendo que sea este el modelo inconfeso –por poco “radical”– de la actual izquierda abertzale.

Da la impresión de que no tienen mucho interés en encasillarse, porque eso puede resultar inconveniente electoralmente. Así que, en la práctica, EH Bildu basa mucha de su labor política en Gipuzkoa en atacar el modelo fiscal del PNV, en descalificarlo diciendo que es “regresivo” –evidentemente, no lo es–, y en repetir eso de que “las empresas y los más ricos no pagan todo lo que tienen que pagar”. De hecho, el debate sobre la fiscalidad ha pasado a ocupar las tres cuartas partes de su retórica, y parece que fían a este tema su caracterización ideológica: consideran demostrado su anti-capitalismo –o lo que sea– por el hecho de atacar al PNV, de ahí que sientan la obligación de repetir lo de “la derecha vasca”. Reafirmación por contraposición.

La política fiscal del PNV tiene un doble objetivo: obtener la financiación suficiente para mantener los servicios públicos que necesita Gipuzkoa y, al mismo tiempo, lograr un punto de equilibrio que ayude a reforzar nuestra economía real y crear más empleo para, así, incrementar la recaudación.

No lo debemos estar haciendo tan mal como pretenden hacer ver los profetas de calamidades cuando la recaudación en 2021 ha superado en 700 millones la previsión, y el nivel de paro ha bajado del 7%.

La buena fiscalidad es una cuestión complicada, pero EH Bildu no se preocupa por la complejidad de las cosas; lo suyo es hacer una oposición maniquea e hipersimplista, negro o blanco, y que la difícil explicación de los matices –cuanto más difícil, mejor para EH Bildu– se la coma el PNV. Ellos, como siempre, del lado del discurso rotundo: kaña a los ricos y a las empresas. Ovación y vuelta al ruedo. Saben lo difícil que es explicar temas fiscales y que esa dificultad juega a su favor.

La situación es complicada y el futuro, como se nos recuerda continuamente, incierto. Ante esta situación, la política debe aportar esperanza. La buena política es la que no se cansa de afrontar las dificultades para intentar acertar y, sobre todo, la que no pierde la perspectiva del bien común –que no siempre coincide con la medida más efectista ni con la más popular–. Es algo así como lanzar muchas bolas al aire e intentar que ninguna caiga al suelo. Y esto es especialmente así en política fiscal. Quien no lo ve, o no es capaz de hacer buena política o quiere engañar al pueblo en beneficio propio. Lo de menos es el disfraz ideológico que se ponga; lo peor, que apuesta por la desesperanza.

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