DEL LIBRO BLANCO A BERGARA PASANDO POR LOS PIPS

Aquí siempre se ha hablado mucho de tácticas y estrategias. Especialmente, durante décadas, de la estrategia de “luchas combinadas” por la que apostó la izquierda abertzale. Frente a esa estrategia político-militar, la otra: la basada en la defensa de la libertad personal y de la colectiva, y en la acción política a favor del Pueblo Vasco y del progreso social de su ciudadanía desplegada desde todas las instituciones vascas.

Esa confrontación estratégica se ha desarrollado, también, en prácticamente todas las cuestiones sectoriales que se han venido desarrollando desde hace cuarenta y tantos años. Resulta sorprendente la  sistemática imposibilidad de coincidir en infinidad de cuestiones. Daba igual de qué se hablara: si se pretendía un polígono industrial, no. Si la cuestión era un puerto deportivo, ni pensar. Autovías, trenes, incineradoras etc., a todo, “no”. Por supuesto, la oposición a todo, siempre, “en nombre del pueblo”, porque “el pueblo” siempre han sido ellos y nadie más.

Esa dinámica se mantiene: si se hace algo a lo que no se pueden oponer, siempre es insuficiente. Si se hace algo porque es necesario, entonces, retuercen el sentido común y nos acusan, invariablemente, de “elitismo”, de “defensa de la oligarquía”, de “macroproyecto” o de “negocio”. El caso es recluirse en el “no” a todo, sea lo que sea. Y así, hasta hoy.

A pesar de lo sistemático del fenómeno y de la cantidad de energía política que obliga a malgastar, Euskadi ha avanzado, y mucho, desde cualquiera de los puntos de vista que se quieran analizar: bienestar social, desarrollo urbanístico, competitividad económica y tecnológica, expresión cultural o mejora medioambiental.

Pero hemos llegado a finales de 2021 y el planeta no está para tonterías ni juegos de suma cero. El cambio climático nos amenaza y la situación exige respuestas efectivas e inmediatas. Hasta ahora, también ante la emergencia climática, se viene planteando el esquema habitual: el Gobierno Vasco avanza siguiendo lo establecido en Europa y en las Cumbres Climáticas, con el objetivo de cumplir el compromiso de reducir las emisiones de CO2 en un 45% para el 2030 –y el 2030 es mañana–. Se impulsan planes y leyes ambientales, proyectos de eficiencia energética, cooperativas de generación energética o proyectos de instalación de renovables.

Mientras tanto, EH Bildu hace discurso. Un discurso que pivota sobre dos bases: por una parte, esa arrogancia que les lleva a acusar de inacción, de insuficiencia, etc. a las instituciones que gobierna el PNV –porque ellos sí que lo harían fenómeno, y no nosotros–; y, por otra, un continuo poner palos en la rueda de cada iniciativa, porque se trata de un “mega-proyecto”, o porque se acomete desde la colaboración público-privada –para algunos siempre sospechosa de connivencia con oscuros intereses capitalistas–, o porque interfieren el paisaje, como ocurre con los parques eólicos, que, efectivamente, a quienes apreciamos nuestros montes y nuestro paisaje, no nos salen gratis.

La izquierda abertzale sigue teniendo alergia a la concreción de los proyectos. Mientras los objetivos se mantienen en el plano de “lo difuso”, no parece haber mayor problema. Así que están a favor de las renovables, pero no de los parques eólicos. Están a favor de la economía circular, pero no de las plantas de tratamiento de residuos. Están a favor de los trenes, pero no del que se está haciendo. De hecho, en cuanto se concreta la necesidad de ejecutar determinado proyecto están, sin excepción, en contra.

Son buenos en esta clase de estrategia, también “combinada”, de criticar –según ellos, no se hace lo suficiente- y, al mismo tiempo, no dejar hacer. Eso sí, sin aportar nunca soluciones. Porque para definir soluciones, hay que mojarse. Y “mojarse” no equivale a decir que “hay que apostar por las renovables”. Limitarse a decir eso es refugiarse en lugares comunes.

Es verdad que EH Bildu sí está a favor de las cooperativas locales de producción energética y, en eso, coincide con iniciativas que se están trabajando desde el Gobierno Vasco. Pero esa querencia exclusivista “por lo pequeño” y “por lo cooperativo” no va a ser suficiente, ni de lejos, para llegar a los objetivos que nos hemos planteado –la neutralidad climática para 2050–. Y lo saben. Ni para atender a las necesidades de la industria vasca. Tampoco, desde luego, para acercarnos a ese objetivo que dicen pretender: el de la soberanía energética. Por cierto, “la vanguardia de la lucha revolucionaria” –es decir, ETA– también planteaba la soberanía energética en aquel Libro Blanco que publicó en los 70; abogaba por construir una nuclear, aunque, más tarde, cambiara de opinión con efectos sumamente trágicos.

Últimamente, al hilo de similar estrategia, han orquestado toda una campaña contra la recién aprobada Ley de Administración Ambiental –a la que han bautizado, con su habitual faltonismo, “ley Tapia”–. Arremeten contra la nueva figura de los Proyectos de Interés Público Superior (PIPS) que permiten al Gobierno Vasco sacar adelante determinados proyectos de promoción pública que supongan una mejora de carácter ambiental –realmente, cabe imaginar muy pocas cosas que quepan en esta definición–, siempre bajo una tramitación muy garantista, sin que se les pueda oponer la visión particular de un determinado gobierno municipal. Una figura nada exótica, por cierto, sino habitual en otros lugares y avalada por la jurisprudencia en el sentido de que “se descarta la vulneración de la autonomía municipal”. Esta misma figura existe en Nafarroa, donde, durante la pasada legislatura, la consejera de Medio Ambiente de EH Bildu no solo no derogó una ley similar, sino que la aplicó.

Lo que ocurre es que, por ejemplo, nos estamos quedando sin vertederos para residuos industriales, y los residuos industriales se producen por miles de toneladas, y tienen la mala costumbre de no desintegrarse. Además de grave, el problema es tan acuciante que ya no hay tiempo para luchar contra ese famoso “efecto Nimby”, que viene a decir eso –bastante poco solidario– de “búscate la vida donde quieras pero aquí, no”. Y, claro, no hay suelo en este país que no pertenezca a algún municipio.

EH Bildu exige soluciones al Gobierno Vasco pero no reconoce ni la legitimidad para legislar del Parlamento Vasco, ni la capacidad ejecutiva del Gobierno Vasco en el ámbito de la gestión ambiental. De hecho, EH Bildu se ha especializado en imponer, desde de sus Ayuntamientos, esa secular posición obstruccionista que le es tan propia. EH Bildu discurre, no tanto en el Nimby, sino en el efecto BANANA ‘Build Absolutely Nothing Anywhere Near Anything’ (no construir absolutamente nada en ningún lugar que esté cerca de algo). Es decir, en el “noísmo” de toda la vida.

Lo estamos viendo en Bergara con la planta de gestión de lodos de papelera. Una fábrica privada y, por lo tanto, fuera de la aplicación de los PIPS, por mucho que anden proclamando lo contrario. Una planta que coincide con el objetivo de lograr una economía circular que valoriza los residuos industriales –en este caso, lodos de papelera– para aplicarlos a nuevos procesos productivos. Se les ha ocurrido decir que es una “incineradora” aunque no lo sea –ahora que la planta de Zubieta lleva tiempo en marcha se les ha debido despertar la necesidad de otra causa para seguir con sus batallas contra gigantes que resultan ser molinos–. Y se han dedicado a encender alarmas infundadas, ¡que en eso son especialistas! Con la gravedad de que el alcalde de EH Bildu, Gorka Artola, tras cursar visita a una planta piloto en Elche, ya había concedido licencia –dicen que con gran entusiasmo– a la nueva actividad.

Total que, a raíz del incendio provocado por ellos mismos, el alcalde ha revocado la licencia vía decreto, bordeando peligrosamente la prevaricación administrativa. La empresa ha interpuesto recurso contra esta decisión y el alcalde, por ahora, calla. Un escenario curioso para un espectador con un bol de palomitas. No queda ahí la cosa: EH Bildu acaba de publicar una nota en la que acusa al PNV de Bergara de “manipular o incluso mentir” por el mero hecho de defender la licencia que otorgó su alcalde antes de ser contaminado por el fuego amigo. Además, EH Bildu, que en el arte de la tergiversación no tiene rival, responsabiliza al nuevo proyecto de que una cooperativa local que fabrica armas haya decidido marcharse a Arrasate, aparentemente, por no querer compartir espacio con Valogreen en el mismo polígono. Pero no es fácil creer  que  una empresa de ese calibre haya tomado tal decisión por ese motivo. Por no añadir que, siguiendo la lógica que ha defendido EH Bildu en más de una ocasión en el Parlamento Vasco sobre la venta de armas, tampoco habrían admitido –de ser nueva- una fábrica de rifles en Bergara, ni tampoco en Arrasate.

Mientras tanto, la vida sigue y siempre hay alguien –por ejemplo, el PNV– que asume la responsabilidad y la incomodidad de tener que plantear soluciones reales a problemas reales. Aunque ello suponga tener que aguantar exageraciones sin sentido o las típicas descalificaciones. Esas, las de toda la vida.

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