ELA

Mitxel Lakuntza, secretario general de ELA, repite que “no es cierto, como dice el Gobierno vasco, que vivimos en un oasis”. No sé en qué contexto habrá dicho, si es que lo ha dicho, el Gobierno Vasco eso del “oasis vasco”, pero sí que parece ser una expresión que ha logrado éxito entre quienes quieren negarlo. Y son muchos los que quieren negarlo.A mi modo de ver, entre la autocomplacencia y el tremendismo hay un gran intervalo; precisamente el intervalo que ofrece la realidad con todos sus claroscuros, el espacio en el que debe moverse cualquiera con sentido crítico y algo de ecuanimidad. Considero que ese es el ámbito en el que actúan nuestros responsables institucionales y que, aun en el caso de que alguno de ellos haya echado mano en algún momento de la expresión “oasis vasco”, lo habrá hecho con datos y, sobre todo, de forma matizada, es decir, poniendo en evidencia la realidad de la existencia entre nosotros de situaciones que no se corresponden con la imagen idílica que evocan las palmeras en mitad de un desierto. Sin embargo, quienes en Euskadi ejercen la oposición política, incluyendo la oposición político-sindical, se refugian en el tremendismo de los “profetas de calamidades”, y en su afán de lograr la hegemonía o de actuar de “contrapoder” o de aplicar la estrategia de “confrontación político-sindical” acaban negando la realidad. Euskadi, tiene muchos más pinos que palmeras, a pesar de la banda marrón.

En Euskadi existen problemas, y esos problemas no son etéreos; muy al contrario, tienen “cara y ojos”, como le gustaba repetir al lehendakari Ibarretxe. Pero, mal que les pese a los profetas de calamidades, la situación socio-económica de Euskadi es mucho mejor que la de las naciones que nos rodean. Aun así, quienes pretenden la hegemonía y quienes tienen vocación de contrapoder político desde el ámbito sindical se empeñan en centrar el foco en las situaciones que, sin dejar de ser reales, dramáticamente reales, afortunadamente para la ciudadanía no están generalizadas. Porfían en hacer discursos en los que la dimensión del problema se hace absoluta, sin medirla nunca en relación a datos comparativos de tantos otros lugares, porque si hicieran ese mínimo ejercicio de ecuanimidad les resultaría mucho más difícil sentirse cómodos en el tremendismo.

“El número de personas que viven en la pobreza se ha incrementado en un 46% en tan solo una década” es uno de los argumentos de Mitxel Lakuntza –entiendo que en referencia al EPDS, informe sobre la pobreza del Gobierno Vasco–. Es cierto que resulta alarmante. También es cierto que Lakuntza obvia un importante matiz que aporta el informe: que el indicador de pobreza es un indicador relativo, y que al haberse producido un “fuerte incremento” del nivel de ingresos de la sociedad vasca, el umbral que marca la pobreza también es más alto, con lo cual más personas quedan por debajo. Pero es verdad que, según el EPDS 2018, en Euskadi hay un 8% de personas en riesgo de pobreza de ingresos, cuando en 2008 era el 5,7%. Esas personas, todas ellas con cara y ojos, evidentemente, no viven en un oasis y su realidad nos interpela directamente.

Pero si cambiamos de informe y atendemos a lo que dice el de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa había en 2018 un 12,1% de personas en riesgo de pobreza o exclusión social y en Nafarroa, un 12,6%.  Si comparamos estos datos con los de Extremadura, 44,6%, y Andalucía, 38,2%, o incluso con Catalunya, 18,9%, la situación en Euskadi es mucho mejor. También lo es si nos comparamos con el Estado en su conjunto, 26,1%. ¿Y qué pasa si nos comparamos con Europa? Pues que, según el Eurostat, en Alemania, el 16% de la población estaba en riesgo de pobreza o exclusión; en Francia, el 13,4%; en Dinamarca, el 12,7% y en Finlandia, el 12%. Pero de esto, ELA no habla nunca. De hecho, estos datos a ELA no le interesan. Porque a ELA –y a otros– solo le interesa atacar la gestión del PNV y es por eso que hemos escuchado al propio secretario general del sindicato decir que “sería una tragedia” que Elkarrekin Podemos apoyara los presupuestos del Gobierno Vasco, unos presupuestos que se le antojan, cómo no, “de orientación neoliberal”. ELA lleva décadas denunciando orientaciones neoliberales en las políticas del PNV. A estas alturas, si aplicara un mínimo de ecuanimidad ELA debiera estar más que sorprendida de los resultados, cuantificados en términos de justicia social, de las políticas supuestamente “neoliberales” del PNV.

Centrémonos en un tema en concreto: la huelga de las residencias de Gipuzkoa. En dos años de conflicto ELA no se ha sentado en la mesa de negociación, cosa que ha denunciado reiteradamente hasta LAB. Eso sí, siguiendo la máxima de Lakuntza, “solo hay huelga cuando ELA tiene mayoría”. Hace unos días ha anunciado 31 días más de huelga, aprovechando la ocasión para cargar contra el acuerdo parcial de retribuciones firmado por UGT afirmando que “es una vergüenza”. Vaya por delante que todos y todas las trabajadoras tienen derecho a plantear conflicto laboral en cualquier sector y que los sindicatos son necesarios en todo sistema que se precie de democrático. Ahora bien, eso no implica que la actitud de ELA no sea criticable. Lo es por negarse a la mesa de negociación y lo es aún más por pretender crear una alarma social injustificada en torno al servicio que se presta en las residencias de Gipuzkoa. ELA, además de sus impresentable ataques contra la Diputada de Política Social, está haciendo un despliegue de populismo barato y sin sentido, con afirmaciones como “cuando se entra en una residencia se deja de ser tratada como persona”, “por la noche ni te atienden”, etc. mientras alimenta ese discurso que dice “solo queremos mejorar los cuidados y poder estar cinco minutos con los abuelos” al tiempo que, paradójicamente, se queja de los servicios mínimos establecidos –de más del 80%– para garantizar la adecuada atención a los residentes durante la huelga. Pues bien, un reciente informe afirma que los ratios de personal en Gipuzkoa son los más altos: un 40% más que en Catalunya o un 48% más que en Madrid y un 30% más que en todo el Estado.  Además de ser, por cierto, los mismos que había cuando ELA firmó el anterior acuerdo con Bildu y sin olvidar que en el convenio laboral no se establecen ratios. Si vamos a las condiciones laborales, el actual convenio establece 1.592 horas/año, cuando la media del Estado es de 1.792, es decir, 200 horas menos en Gipuzkoa. Y el salario base de una auxiliar de geriatría es de 20.900 euros, cuando en el Estado está por debajo de los 14.000. En todo caso, las trabajadoras tienen derecho a luchar por mejorar sus condiciones en un nuevo convenio, Gipuzkoa necesita ese nuevo convenio que dé estabilidad al sector y ELA tiene que dejarse de milongas y sentarse a negociar con la patronal.

Por cierto, UGT ha respondido que ELA es “un sindicato de confrontación y no de negociación”, cosa que, por ejemplo, ha quedado patente cuando ante el preacuerdo del metal en Bizkaia, “histórico” según LAB, ELA se ha descolgado diciendo que “ve retrocesos”, y “que utiliza el conflicto para llenar su hucha de la caja de resistencia”. La caja de resistencia de ELA, desde luego, tiene poderío y hace mucho que es evidente su estrategia de ir comiendo terreno al resto de los sindicatos mientras ataca inmisericorde al PNV desde la confrontación político-sindical. No es de ahora. Xabier Arzalluz contaba cómo, en las postrimerías del franquismo, ELA planteó al PNV “que no se metiera” en todo lo que tuviera que ver con el ámbito socio-laboral, que eso era “cosa de ellos”. Por supuesto, el PNV se negó en redondo a un planteamiento antidemocrático. Desde entonces, el PNV ha ganado muchas elecciones y ha hecho muchas políticas mientras ELA sigue a lo suyo. Eso sí, sin presentarse nunca a unas elecciones y eligiendo sus cuadros “a la búlgara”, por ejemplo, a su secretario general con el voto del 0,71% de la afiliación, 703 delegados de 98.960 afiliados.

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