La arrogancia

EH Bildu ha anunciado que posibilitará la aprobación de los presupuestos del Gobierno de Nafarroa, donde gobierna el PSOE en coalición con GeBai y Podemos. Es una buena noticia que el gobierno que fraguó como alternativa a la derecha de Navarra Suma pueda contar con el primer presupuesto de la legislatura. Al escribir estas líneas aún no se conoce el contenido del acuerdo entre EH Bildu y el Gobierno navarro, solo un vago “recoge medidas estrictamente sociales y servirá para avanzar en la mejora de los servicios públicos”. Resulta llamativo el contraste entre la aparente facilidad con la que EH Bildu ha cerrado el acuerdo con la presidenta Chivite y la fatigosa y fallida negociación entre EH Bildu y el gobierno del lehendakari Urkullu hace algo más de un año, cuando las reivindicaciones se detallaban hasta la extenuación y se negociaba hasta la coma… para, al final, volver al punto inicial y echarlo todo a perder. Por no mencionar que la coalición de Otegi ni se ha asomado  a la posibilidad de un acuerdo presupuestario para 2020 en Gasteiz, que ha sido cerrado con Podemos, lo cual ha llevado a la formación morada a tener que encajar, por parte de EH Bildu, “perlas” como que “se han vendido al PNV” o que “blanquean los recortes” del presupuesto del Gobierno Vasco. Eso demuestra que para poder acordar hay que querer, y que la izquierda abertzale hace lo imposible para no acordar con el PNV, porque no quiere.

El caso es que hemos conocido el acuerdo de EH Bildu con el PSOE en Nafarroa justo al día siguiente de que EH Bildu se haya adherido expresamente a la huelga general convocada para el 30 de enero. Mitxel Lakunza, de ELA, argumenta que “solo vemos una vía, que es salir a la calle” para dirigir sus demandas “hacia los gobiernos vasco, navarro y central, porque no pueden esconderse ya que ellos tienen una responsabilidad directa en este empeoramiento de las condiciones de la clase trabajadora”. Teniendo en cuenta las reivindicaciones de la huelga que EH Bildu secunda, tenemos derecho a preguntarnos si en su negociación habrá logrado un salario mínimo de 1.200 euros o  que la RGI navarra llegue al SMI o una vivienda de alquiler social para todo aquel que lo necesite, etc. Si no lo ha hecho, entonces cabría concluir que EH Bildu es connivente con lo que ELA, y también LAB, consideran “responsabilidad directa en el empeoramiento de las condiciones de la clase trabajadora”, de modo que EH Bildu debiera matizar muy mucho su incondicional apoyo a la huelga general. ¿O es que resulta que, cuando EH Bildu decide ser posibilista y se conforma con determinadas “mejoras sociales”, no “blanquea recortes” ni “se vende” como sí lo hace Podemos cuando acuerda con el Gobierno Vasco? O, a lo mejor resulta que la interacción de Podemos no es capaz de “sanar” lo que los convocantes de la huelga ven de “neoliberal” en los presupuestos de Urkullu y, sin embargo, EH Bildu sí dispone de algo así como un poder milagroso para enmendar “lo neoliberal” que pudieran tener las cuentas de Chivite.

La política de los “sindicatos de confrontación” –ELA y LAB– y la de los partidos que en todos sus discursos sienten la necesidad de auto-reafirmarse “de izquierdas”, no deja de plantear situaciones muy paradójicas. Es verdad que la política suele requerir de la gestión de la contradicción; pero también es cierto que resulta sorprendente que determinadas contradicciones puedan perpetrarse sin mayor explicación. Sobre todo esas que se expresan mediante la “neolengua” de quienes se sienten amparados por una superioridad ética que nadie sabe de dónde les viene.

La “neolengua” a la que hago referencia es esa que descalifica, especialmente al Lehendakari, al Gobierno Vasco y, por lo tanto, al PNV, hablando de “modelo de élites”, de “escuchar solo a la parte más privilegiada de la sociedad” y cosas así. Esa “neolengua” que utilizan para erigirse como “los” defensores de “la vida digna”. En esto radica, sin más, la justificación simplista y maniquea de la huelga general: los que la apoyan son guays; los demás entre dudosos y malos. Ese es el mensaje que subyace en una convocatoria que decidieron hace meses y que mantienen a pesar del apoyo político otorgado al nuevo gobierno español, a pesar del apoyo a las cuentas de Nafarroa, a pesar de que los presupuestos del Gobierno Vasco –más allá y de manera previa al apoyo de Podemos– está basado en el principio de que “la prioridad viene dada por un modelo de crecimiento inclusivo que atenúe los desequilibrios agrandados como consecuencia de la Gran Recesión”. Ya sabemos que es más fácil hablar de “precariedad” que de Estrategias de Desarrollo Humano Sostenible; y que, en año de elecciones al Parlamento Vasco, les apetece más acusar de “recortes” y hacer responsable al lehendakari Urkullu, y al PNV, de la reforma laboral –de Madrid– de las pensiones –de Madrid– del SMI –de Madrid– de las consecuencias de la pasada crisis financiera mundial y, de paso, del coronavirus de Wuham.

La “neolengua” tiene otra parte, más amable: esa que está tan de moda y que dice “nosotros los progresistas”. Una expresión que deja de ser amable en cuanto se utiliza para la “autoafirmación por contraposición”, es decir, cuando significa aquello de “los que no sois nosotros, no sois progresistas”. Por poner un ejemplo reciente: en una tertulia, para justificar el acuerdo presupuestario alcanzado con EH Bildu y Podemos, el representante del PSOE de Irun repitió casi un único argumento que se resume en la frase “es un acuerdo entre progresistas”. Otra vez estamos ante la categoría cuasi-milagrosa de la supuesta superioridad ética: el acuerdo de Santano en Irun es bueno per se, por haberse cerrado entre quienes en cada discurso se autoproclaman “de izquierdas”, obviando el pequeño detalle de la deslealtad al acuerdo general previo con el PNV. Pero, acaso, lo peor de todo es la arrogancia con la que ese argumento secuestra para sí la virtud del progresismo, negándosenos a los del PNV. Llegados a este punto puede decirse que los militantes nacionalistas debemos estar condenados a la virtud de la paciencia infinita, y no tanto por lo ocurrido en Irun, que también, sino por no poder permitirnos decaer en nuestro empeño de defender el progreso de la sociedad vasca y el derecho a la libertad de Euskadi a pesar de tanto arrogante.

Lo de Irun, como lo de Nafarroa, no ha dejado indiferente a Arnaldo Otegi; muy al contrario, ha dejado dicho: “en las próximas elecciones autonómicas habrá una mayoría abertzale, aunque el PNV no parece por la labor de sumar mayorías en ese ámbito. Pero también habrá una mayoría de izquierdas, y ante el bloque conservador del PNV, nosotros aspiramos a liderar una alternativa de izquierdas”. Hay que reconocerle la habilidad de culpar al PNV de no querer una mayoría abertzale y de erigirse como promotor de una alternativa de izquierdas, nada abertzale por cierto, en la misma frase; y de hacerlo endosando de paso, al PNV, lo de “bloque conservador”. Pues bien, ya han pasado 40 años –en vísperas del referéndum del Estatuto de Gernika– desde que Jorge Oteiza publicó aquel artículo titulado “Para 0’HB –léase ‘cero coma HB’-: la aventura podrá ser loca pero el aventurero debe ser cuerdo”. No es fácil entresacar una sola frase de un artículo tan denso que, bien entendido, resulta sorprendentemente actual. A raíz de un episodio previo entre Francisco Letamendia “Ortzi”, diputado de HB, y Xabier Arzalluz en el Congreso, Oteiza recrimina a Letamendia su actitud: si hubiera hablado “en marxismo vasco” “habría hecho comprender” al resto de los diputados “que Arzalluz era el socialismo cristiano, que con el socialismo marxista” de Letamendia “representaban allí, contra el tradicional enemigo”, es decir, España, “el gran frente abertzale del pueblo vasco”. “Pero este frente no existe para Letamendia”, añade Oteiza, y termina sarcásticamente: “¡Ah!, lo abertzale, sí, primero yo, la organización de la revolución para la desaparición del capitalismo”. Pues eso, interpretando a Otegi, algo así como “primero yo, la alternativa de izquierdas”. La de la supuesta y arrogante superioridad ética.

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