La Ley de Vivienda y el elefante en el salón

La política es cosa compleja: hay que responder a muchos estímulos al mismo tiempo, posicionarse sobre distintos temas y tomar decisiones. Así que conviene “comerse el elefante a cachos” porque, de lo contrario, se corre grave riesgo de atragantamiento. Pero a veces, de tanto trocear el elefante, te descuidas y dejas de verlo en el salón. Y, a lo mejor, eso es lo que nos está pasando: se nos ha colado un elefante de los grandes en la sala, con un par de colmillos como los de las pelis de Tarzán y nos cuesta verlo.

Cuando, por fin, Franco murió –en la cama, conviene recordarlo- en Euskadi se abrieron muchas botellas de cava -¿Suena mal decirlo? Da igual-. Y al saltar el corcho, se abrió paso la espuma de la libertad; una libertad anhelada y reivindicada, con muchas caras, una de ellas –y no la menos importante–, la lucha por la causa nacional vasca. Por apoyo popular, le correspondió al PNV liderar la respuesta a esa aspiración. Y lo hizo optando por las vías pacíficas y democráticas. Acertó en la estrategia.

Esa decisión marcó el camino que hemos andado trabajosamente: la apuesta por el Estatuto en su “versión auténtica”, la refrendada por el pueblo, la que parecía garantizarnos un amplio margen de autogobierno. 44 años después sigue sin cumplirse, pero nos ha permitido avanzar en autogobierno e impulsar políticas que han marcado un diferencial muy importante: políticas industriales, de protección social y salud, de educación, de impulso al euskara… Todas esas políticas se han desarrollado a pesar de las dificultades impuestas por un Estado siempre   empeñado en atacar nuestro autogobierno.

Empezaron con el famoso “café para todos” –regalando estatutos de autonomía hasta a quienes nunca los habían pedido–. Tras el golpe de Tejero, siguieron con la Loapa, aquella Ley Orgánica de Armonización aprobada en 1982 por la UCD y el PSOE. Aunque el TC anuló gran parte su contenido, ya se había “loapizado” el desarrollo autonómico vasco; y la deriva de incumplimientos, cercenamientos y recentralizaciones ha seguido incesante. Así que hemos tenido que construir el autogobierno vasco con un balón pinchado por los gobiernos españoles de turno y un árbitro comprado, el propio TC. Y así, más de cuatro décadas.

Hace ya más de 20 años, hartos de la deriva estatal, reaccionamos con el Proyecto de Nuevo Estatuto Político, que recogía el ejercicio del derecho a decidir. ¿Qué votó la izquierda abertzale? Tres síes y tres noes. El lehendakari Ibarretxe lo defendió en el Congreso y recibió un portazo, no solo del PSOE y del PP, también de IU, de Coalición Canaria y hasta de la Chunta Aragonesista del famoso Labordeta. En todo caso, aquellos años fueron muy motivadores desde un punto de vista abertzale, a pesar de que ETA mataba y la izquierda abertzale de Otegi… a lo suyo -¿Suena mal decirlo? Da igual-.

Hemos llegado a 2023. El PNV ha seguido gobernando y defendiendo nuestro autogobierno. En este tiempo, se ha producido el procés catalán y el Estado ha respondido desde las cloacas y desde la judicatura, la fiscalía y la Guardia Civil con una extralimitación anti-democrática muy eficaz. Y Pedro Sánchez lleva cinco años gobernando en coalición con Podemos.

En lo relativo al Gobierno español “más progresista que los tiempos han visto”, la cosa es que ha jugado con una ventaja política desconocida hasta ahora: ha hecho bandera del “o yo o el fascismo”, un lema muy a tono con los tiempos de demagogia, y populismo que vivimos. “O yo o el fascismo” resume todo un universo de chantaje políticoemocional contra el cual, no ya oponerse, sino incluso matizar parece imposible. La resultante: si no dices amén al gobierno Sánchez, parece que coincides con los amigos de Primo de Rivera, ese que acaban de sacar de Cuelgamuros.

Además, con la excusa de la pandemia, Sánchez descubrió una forma de gestionar fácil y de dudosa calidad democrática: el Decreto Ley. Y ha gobernado a golpe de “decretazos” que contenían de todo: de lo que te gustaba –medidas sociales- y de lo que no te gustaba –recentralizaciones del autogobierno por la puerta de atrás-. Pero ¿cómo decir que no si la alternativa son los fachas? No puedes: por la paz un avemaría y todo un rosario.

Por otra parte, Pedro Sánchez prometió cumplir el Estatuto de Gernika y aprobó un famoso cronograma de cumplimiento de las transferencias pendientes, que quedó en papel mojado –a pesar de la pertinaz sequía-: ni siquiera ha traspasado los tramos del tren de cercanías; de la transferencia de la Seguridad Social, mejor no hablar.

El acuerdo de investidura con el PNV incluía el punto 7: adecuar la estructura del Estado para reconocer que Cataluña y País Vasco son naciones que, a la vista está, requieren de una adecuación del ordenamiento jurídico para desarrollar su voluntad democrática. De ese punto nunca más se supo. Por cierto, del supuesto acuerdo que, en más de una ocasión, ha mencionado tener Arnaldo Otegi a estos mismo efectos, tampoco. Si existió, ni siquiera hemos llegado a conocerlo.

A lo anterior, podemos añadir el afán legislativo del gobierno Sánchez, al que ahora se suman la Ley de Vivienda y la de Familias. En precampaña, además  de las miles y miles de nuevas viviendas electoralistas que el presidente español anuncia cada vez que tiene ocasión, se nos han descolgado con un inopinado  acuerdo para aprobar una Ley de Vivienda española que pisotea nuestro autogobierno –el art. 10.31 del Estatuto considera “competencia exclusiva” la política de vivienda–.

El PNV no niega que esa ley contenga aspectos positivos tales como una regulación para contener los precios de las viviendas de alquiler, cosa que sí es competencia del Estado. Pero, para establecer el tope de incremento de precios habría bastado con que se hubiera planteado la reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos y el PNV la habría votado a favor. El Gobierno Sánchez ha tenido 5 años para hacerlo, no lo ha hecho y ahora se ha montado una ley general apoderándose de una política que no le corresponde, la de vivienda.

Que el gobierno español de turno tenga ganas recentralizadoras no es un fenómeno nuevo. Todos las han tenido, de una u otra manera. Lo novedoso de la cuestión es que lo ha hecho de la mano de turbo-soberanistas y exindependentistas, con los votos de EH Bildu y ERC. Resulta muy curiosa la forma que ERC está gestionando su particular resaca del procés. Desde una óptica nacionalista, diría más: resulta descorazonador. Y, ¿qué decir de EH Bildu?

EH Bildu anda repitiendo que no es verdad que la Ley de Vivienda invada el autogobierno vasco. No se lo creen ni ellos. El PSOE lo tiene más claro: afirma que la ley “es absolutamente respetuosa con las competencias” para, a renglón seguido, decir que “a la gente no le importa dónde están escritas las competencias” – ¿desde cuándo a los vascos no nos importa nuestro autogobierno? – y que “la Ley de Vivienda se cumplirá en todos y cada uno de los territorios del país”. Curiosamente, eso de afirmar que se respetan las competencias para, a continuación, imponer qué medidas y de qué manera tendremos que aplicar es, exactamente, la técnica que utiliza la propia ley para adueñarse de nuestro autogobierno en vivienda.

Y con el Proyecto de Ley de Familias –que hemos enmendado a la totalidad- está ocurriendo exactamente lo mismo: una invasión competencial de libro. Ya veremos qué hace EH Bildu. Como me ha comentado alguien, se les debería recordar que una cosa es ir de “internacionalistas” –solo de los pueblos de España, por cierto – y otra, ir de españolistas.

Entre el PSOE y Podemos, un poco alucinados con su necesidad de “alinear políticas” en “toda España” y la colaboración de EH Bildu y ERC, estamos llegando a un punto de surrealismo en la cuestión política vasca. Un punto que, quizás no nos permite ver el elefante en el salón.

¿Y cuál es el famoso elefante? Que la misma izquierda abertzale que durante décadas combatió el Estatuto –porque no debemos olvidar que la “estrategia combinada” se enfrentaba directamente a la legitimidad de las instituciones vascas- , ahora colabora con el Estado a la hora de vaciarlo de contenido. Y lo hace bajo el cobijo de un supuesto “progresismo de izquierdas” español que, al parecer, se antepone a la cuestión abertzale. Y lo hace, como dijo Otegi, con los 200 presos de ETA que quedan en las cárceles “en el frontispicio”. EH Bildu está siendo colaborador necesario del gobierno español en el vaciamiento de nuestras competencias. Y, como siempre, descalifica al PNV para autojustificarse. A Otegi y a Matute les respondemos rotundamente: efectivamente, nuestra posición es ideológica. Somos abertzales, respetamos la voluntad de este Pueblo, y junto con los nacionalistas catalanes de Junts  y el PdeCat votamos “NO” a la ley española. A pesar de que estamos a favor del límite de rentas.

Un último apunte: hasta la fecha las políticas públicas vascas han sido, de la mano del autogobierno y del PNV, las más progresistas en todos los ámbitos, incluido el parque de vivienda pública en alquiler, las dotaciones de vivienda protegida, las reservas de suelo, las calificaciones permanentes de vivienda protegida en propiedad, las ayudas a la emancipación, las deducciones fiscales y las prestaciones de vivienda.

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