Tres pasos a la derecha y la perspectiva vasca

Esta semana se nos ha informado con profusión sobre el nombramiento del presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno, del PP, quien en su discurso de investidura afirmó su compromiso para el diálogo “entre todos, sin complejos y sin cordones sanitarios”. Añadió que “la democracia es cambio y nadie tiene que tenerle miedo a la democracia”. No escuché el tono que empleó el dirigente del PP, pero hay que tener desparpajo para pretender justificar con un “sin complejos” el haber pactado con la ultraderecha más carpetovetónica y pretender, además, que dicho acuerdo no es más que “democracia”.

Mientras el flamante nuevo presidente andaluz celebraba de esa manera su investidura, en Suecia, tras cien días sin gobierno, los socialdemócratas lograban un acuerdo de todos los colores, con verdes, centristas y liberales, al que han sumado la abstención de los excomunistas, precisamente para establecer ese “cordón sanitario” que no gusta a Moreno, contra la extrema derecha. La de Suecia no es la primera ocasión en la que en Europa los demás partidos hacen de tripas corazón para dar un portazo a los ultras. Ya lo vimos con la segunda vuelta de las elecciones francesas para marginar a la Agrupación Nacional de Le Pen. Pero en España las cosas son diferentes y, como se ha visto en Andalucía, ha bastado mes y medio, vacaciones de Navidad incluidas, para que la derecha, de uno a otro confín, se haya arreglado. Desde la noche electoral del 2 de diciembre, no había mucha duda de que iba a ser así, a pesar de los melindres de C’s y de las escenificaciones de última hora, diseñadas para dar testimonio de la bizarría machirula de unos y de las capacidades de doma de alta escuela española, de los otros.

Es fácil deducir el porqué de la rapidez y de la naturalidad del acuerdo andaluz. España siempre ha tenido dos colores: el rojo y el azul. Y, en la parte azul, desde la desaparición, en 1982, de la Fuerza Nueva de Blas Piñar –quien llegó a tener acta de diputado en el Congreso– y de la UCD en 1983, solo ha existido… el Partido Popular. De tal manera que de tres quedó uno y de uno, ahora, hay tres. No deberíamos olvidar que, como hace unos pocos días dijo Pablo Casado, “el original es el PP” y que “tanto Abascal como Rivera han militado en el PP”.

Lo anterior no quita para reconocer que la facilidad de las derechas españolas para hacer frente común es amenazadora, entre otras cosas porque no esconden la intención de ir repitiendo la fórmula andaluza en todas las ocasiones en que la suma de votos les dé para ello. Como apunta el sociólogo Manuel Castells “el papel de los partido anti-establishment de extrema derecha parece ser, sobre todo, influenciar a los partidos tradicionales hacia posiciones más acordes con la evolución de la opinión”. Comparto la tesis de Castells: la derecha ultra empoderada bajo una sigla propia, añade un elemento de arrastre ideológico de toda la derecha hacia posiciones extremistas, cosa que hemos visto en el acuerdo andaluz entre PP y C’s, en el cual, con palabras más comedidas y con perífrasis más amplias, se da acomodo a mucho de las pretensiones de su socio tanto en lo referente a la inmigración como a la violencia de género.

Quien pretende, claramente, rentabilizar este panorama en provecho propio es Sánchez, que con lo ocurrido en Andalucía ha encontrado el argumento perfecto para posicionarse electoralmente como baluarte nacional –español– contra el facherío. Hace tres días le hemos visto en el Parlamento Europeo defendiendo “el progreso frente a la involución”. Sin embago, por lo que hemos leído, no parece que la comparecencia en sede europea le saliera del todo bien, porque, por ejemplo, le recordaron, en referencia a los líderes independentistas catalanes, que hay políticos en la cárcel en España “por algo que no es delito en Bélgica y Alemania”.

Desde nuestra perspectiva, la de quienes reivindicamos la nación vasca –y la catalana– el auge de las posiciones de ultra derecha conlleva un riesgo añadido, porque además del endurecimiento del discurso xenófobo o del machista, el nuevo ingrediente de la “paella azul” parece el catalizador perfecto para que la tradicional hostilidad de la derecha española –no en exclusiva de la derecha– contra las reivindicaciones de vascos y catalanes, pueda desacomplejarse del todo.

Sánchez aspira a ser la alternativa en España al conglomerado de la derecha –aún más, atendiendo a lo que está pasando en Podemos–, pero en lo que respecta a Euskadi, hoy por hoy por parte de Sánchez, no tenemos más que anuncios de diálogo sin contenido real. Una oferta de diálogo que, por cierto, en lo que se refiere a Catalunya, solo tiene en estos momentos el objetivo evidente de dividir al soberanismo catalán, siguiendo la vieja máxima del “divide y vencerás”. Bueno, en puridad, seguimos también esperando a ver en qué queda su promesa de cuasi-completar el Estatuto…  que deja para otro día la transferencia de las competencias en materia de Seguridad Social.

No debemos perder la perspectiva. Esto, a pesar de lo que digan, no es España. Aunque no solo los medios de comunicación españoles, sino también los de aquí, tienen desde hace tiempo una innegable tendencia a focalizar el ámbito de información política en el Estado, y esa tendencia se traduce en una peligrosa “españolización” del pulso de la política vasca, Euskadi es otra cosa. No solo porque el clima político aquí no es tan crispado, o porque se esté manteniendo un tono de estabilidad institucional frente a lo convulso y, demasiadas veces, histriónico de la política española. También es distinta nuestra ciudadanía, es distinto nuestro modelo de protección social basado en un modelo de solidaridad efectiva y sustentado por una economía que también es distinta. A este respecto, me gustaría aportar un par de datos que me parecen significativos. Uno, el del paro (INE) El paro en la Euskadi peninsular –es decir, incluyendo a Nafarroa- supone el 4,7% del total del Estado, siendo nuestra población el 6% del total, mientras que Andalucía, con un 17,9% de la población del Estado, aporta el 24,6% del total del paro registrado. El segundo dato es el de la cantidad de recursos que se aportan a Prestaciones de Garantía de Ingresos asimilables a nuestra RGI (SIIS, datos de 2016): Andalucía, con 8,3 millones de habitantes, destina 90,6 millones de euros, mientras que la Comunidad Autónoma de Euskadi y Nafarroa, no llegando entre ambas a los 3 millones de habitantes, destinan, en total, más de 575 millones –492,3 millones de euros en la CAE y 83 millones en la Comunidad Foral–. Elevando la comparativa no solo a Andalucía, sino al gasto del resto de las CCAA del Estado, las prestaciones suponen 21 euros por habitante, mientras que en Nafarroa alcanzan los 128 euros per cápita y en la CA de Euskadi, suponen 225€ por persona. La diferencia socio-económica resulta evidente. Pero es que también son distintas nuestra cultura y nuestras tradiciones, y lo es nuestra conciencia nacional.

De modo que, para defendernos de estas cosas que ocurren en España nuestro mejor antídoto es no perder conciencia de lo que somos, sino al contrario, rearmarnos en la legitimidad de nuestras posiciones políticas. Reivindicar no “nuestra singularidad”, sino nuestro ser, nuestra capacidad y nuestro derecho a decidir. Seguir trabajando para mejorar Y con ello construir nuestro propio “cordón sanitario” eficaz contra el populismo y contra la ultra derecha, sin olvidarnos de reivindicar  y defender nuestros valores y nuestros derechos individuales y colectivos también frente a aquellos, que sin ser populistas ni ultras, se resisten al reconocimiento efectivo de nuestro Pueblo y de los derechos que le asisten como tal. Teniendo muy presente que el sentimiento de pertenencia a una comunidad política, alentado por una cultura política arraigada en lo vasco y atenta a lo positivo a lo largo del mundo, no solo define el proyecto político, sino que implica un mayor grado de solidaridad y cohesión social.

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